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Biotec ¿para qué? (I)

La Naturaleza es sabia, y eso nadie puede negarlo. Llevamos muchos años aprendiendo de ella, pero no es nada en comparación con el tiempo que lleva la Naturaleza evolucionando. La Tierra existe desde hace 4500 millones de años, millón arriba millón abajo. Mejor no pensamos en cómo sería el paisaje por entonces. Yo me imagino un escenario como el de Star Wars III (atención spoiler): todo muy oscuro y lleno de lava. De todas formas, los seres humanos sólo llevamos unos 200.000 años aquí, así que es como si la Tierra fuera un Premio Nobel de los que ya chochean y nosotros un crío de la guardería. Si hacemos una de esas analogías chulas en las que se supone que la vida de la Tierra es un año, el resto queda así:

  • 1 de enero, formación de la Tierra: El Sistema Solar ha salido de fiesta en Nochevieja y todo le da vueltas (literalmente). Cuando se le pasa el mareo… ¡Tachán!  ¿Qué hace un planeta como tú en un sitio como este?]
  • 20 de enero, origen de la Vida: Dos semanas después del día de Reyes llegan los regalos que pedimos en Aliexpress. Anda, un par de células heterótrofas.
  • 29 de febrero, origen de Saber y Ganar: Jordi Hurtado tiene en sueños la idea del programa y empieza con todos los preparativos.
  • 31 de diciembre a las 19:50, aparece el primer Homo: queda poco más de dos horas para el especial de José Mota y no está la cena hecha todavía.
  • 31 de diciembre a las 23:40, primer Homo sapiens: empiezan a explicar el procedimiento de las campanadas, ese que demuestra que los españoles no tenemos memoria.
  • 31 de diciembre a las 23:59:59, entrega del primer Premio Nobel: Tienes las doce uvas delante, vas a tener que correr. Sabes que te vas a atragantar, pero bueno, todo sea por empezar el año con buen pie.

Vistos estos datos, podemos hacernos a la idea de cuánto tiempo llevamos los humanos haciendo investigación de calidad sobre el mundo que nos rodea. Por ello, nos convendría hacer algo de caso cuando oímos eso de que la Naturaleza es sabia. Y hoy me he planteado demostrar (un poco) por qué.

Secuencias CRISPR y edición genética

Hoy en día, si no has oído hablar de CRISPR-Cas9 es porque no has querido. Se trata de un nuevo método de edición genética que permite cortar en un lugar específico del ADN con una proteína, denominada Cas9, y una secuencia guía. Además, esta técnica ha causado un gran revuelo porque podrían haberle dado el Premio Nobel a un español por su aportación al descubrimiento, pero no ha podido ser.

Efectivamente, las secuencias CRISPR son unos fragmentos de ADN bacteriano que escoltan a otras secuencias muy valiosas: ¡secuencias de virus! De esta manera son capaces de reconocer que un virus las está atacando y defenderse, como un sistema inmune bacteriano ¿No es genial? La proteína Cas9, coge la secuencia guardada, reconoce al virus y ¡chas! le pega un tajo al ADN del virus que queda gravemente herido en combate. Bacteria 1 – Virus 0.

Este principio se lo hemos robado a las bacterias para cortar nosotros las secuencias de ADN que queremos de una forma más barata y sencilla. Incluso se están publicando ya artículos sobre sus posibles aplicaciones en terapia génica. Con todo esto, creo que el Premio Nobel debería ser para (redoble, por favor): ¡las bacterias que inventaron este sistema!

Penicillium y la investigación de los antibióticos

Es ampliamente conocido que la suerte y la casualidad juegan un importante papel en el desarrollo científico. Uno de los casos más sonados al hablar de “suerte en la ciencia” es el descubrimiento de la penicilina por parte de Alexander Fleming en 1928.

Resulta que Fleming experimentaba con Staphilococcus aureus y al desechar una placa de esta bacteria que se había contaminado con otro organismo se dio cuenta de algo extraño: alrededor de la masa peluda de hongo en su placa (como un furby en tamaño mini) se formaba un halo transparente donde no crecían bacterias. Os preguntaréis si el furby tiene nombre. Pues sí: Penicillium notatum.

A Fleming le pasó un poco como a Colón: descubrió la penicilina sin saber lo que era. Él sólo publicó el hallazgo de que el hongo descubierto inhibía el crecimiento bacteriano y no le hicieron mucho caso. Aunque se utilizó en investigación y se intentó diseñar tratamientos en base a este principio, no fue hasta años más tarde, en 1939, cuando Heatley consiguió purificar la penicilina cultivando grandes cantidades de hongo.

Desde ese momento, numerosos investigadores intentaron producir industrialmente la penicilina, mejorando las condiciones de cultivo y buscando nuevas cepas del gran protagonista de esta historia: el hongo Penicillium. Los Premios Nobel no fueron justos en 1945, y fue Fleming el galardonado. Nuestro pobre honguito se fue a casa sin medalla.

Este post corresponde a la serie «Biotec ¿para qué?». Puedes seguir leyendo la continuación aquí

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